Ayer, unas lágrimas
rodaron por mis mejillas y en ningún momento quise detenerlas. ¿La razón? La
emoción indescriptible que me embargó mientras veía una batuta que acariciaba y castigaba al aire siguiendo las
órdenes de un alma musical que se expresaba a través de una cabeza
llena de un cabello alborozado y abundante, que esconde el conocimiento
hermoso del paraíso de las melodías clásicas.
En cada movimiento
de las manos que se movían siguiendo las
ordenes de esa singular cabeza, sentí que se expresaba un alma que embargaba mi
orgullo patrio. Pronto, mi orgullo
rebasó el límite de la fortaleza de mis ojos y las lágrimas se hicieron
abundantes cuando embargado por la música, contemplé a aquellos que hacían la
música posible y obedecían la batuta divina. Nunca jamás había visto tanto
tesoro de juventud diciéndole a Strauss a y todos aquellos como él: Vivirán por
siempre no solo en Austria, Alemania, Inglaterra o dondequiera que hayan nacido, sino en mi llano, playa y montaña. En
Venezuela sobran corazones para interpretarlos.